Mucho se puede hablar de la araucaria o pehuén, sabiendo la importancia que tiene para muchos chilenos al ser uno de los árboles más fáciles de reconocer, y de los más icónicos del país. Las araucarias, sin embargo, poseen una historia que se remonta a millones de años en el pasado, cuando los continentes se encontraban unidos en un solo gran continente llamado Pangea, hace 180 millones de años. Pangea fue fragmentándose en los continentes Laurasia y Gondwana, desplazándose el primero al norte del Ecuador y el segundo al sur. Gondwana conservó sus bosques de araucarias primitivas y al fragmentarse posteriormente para dar origen a Sudamérica, Australia, África, la Antártida y la India. Es esta la razón por la que las araucarias pueden encontrarse también en Australia, Nueva Zelanda y Nueva Caledonia (estas dos últimas provienen de Australia), si bien se extinguieron en el resto de tierras que formaron parte de Gondwana.
Las araucarias, o al menos miembros de su antigua familia, llegaron también a Laurasia, aunque posteriormente se extinguieron. Esto se explica pues su origen sería previo a la división de Pangea.
En Sudamérica viven aún dos clases de araucarias: la Araucaria angustifolia y Araucaria araucana. La primera vive en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y en Chile es ampliamente usada en el arbolado urbano de las ciudades de la zona central, llegando mucha gente a pensar erróneamente que corresponde a la nativa Araucaria araucana.
Fotocaptura del episodio 6 de "Caminando con dinosaurios", de la BBC. Se ven Tyrannosaurus rex rugiendo con araucarias en el fondo. Esta escena fue grabada en Parque Nacional Conguillio, en Chile y, posteriormente con softwares fueron añadidos los dinosaurios digitalmente, obviamente.
En Chile, la especie Araucaria araucana es llamada simplemente araucaria o, en el caso de los mapuches, pehuén o pewén. Crece desde la Región del Biobío hasta la Región de los Ríos, principalmente en la cordillera andina, si bien en la cordillera de Nahuelbuta, parte de la cordillera de la costa, se encuentra una población importante de araucarias que, según algunos científicos, podría corresponder a una subespecie diferente. De forma natural crece entre los 600 y los 1700 msnm (metros sobre el nivel del mar) en suelos volcánicos o arcillosos. Debido a que su hábitat se encuentran a altitud y en el sur del país, durante una parte del año deben afrontar la nieve, que se acumula en sus ramas y follaje. La forma de sus ramas evita que se acumule demasiada nieve que pueda romperlas. Algunos árboles con los que comparte el hábitat pierden sus hojas en invierno, como la lenga (Nothofagus pumilio), para que la nieve no mate su follaje. Las araucarias, en cambio, no necesitan desprenderse de sus hojas, que son coriáceas y están adaptadas a la nieve.
Estos árboles poseen un lento crecimiento desde que germinan los piñones, que son las semillas de la araucaria, por las agrestes condiciones de su entorno, como la aridez del terreno donde germinan, las nieves que cubren los brotes, etc. Además, los piñones deben germinar y crecer en sitios abiertos con abundante luz solar, y no bajo el dosel denso de las araucarias maduras y otros árboles o si no la falta de luz los mata.
Una vez establecidos, los jóvenes arbolitos pueden llegar a vivir más de mil años, alcanzando 50 metros de alto y más de 2 metros de diámetro. Su tronco es rugoso y el follaje se concentra en el extremo superior, de modo que recuerda a un paraguas. El tronco está cubierto de una serie de rugosidades que parecieran "encajar" entre sí y que tiene la particularidad de ser difícil de inflamar, algo muy útil en su hábitat dominado por volcanes activos que pueden generan incendios forestales cuando hacen erupción.
A menudo los troncos de araucarias se cubren de líquenes (foto de Juan Pablo Salgado).
Los árboles, a medida que van creciendo, van cambiando su forma. Las araucarias jóvenes van adoptando una forma similar a un pino, y luego van adquiriendo la forma de paraguas característica. Cuándo están listos para reproducirse se pueden diferenciar los árboles machos de las hembras. Los primeros dan conos alargados que desprenden su polen al viento. Aquellos granos de polen que lleguen a los conos femeninos los fecundarán y darán origen a un estróbilo ("fruto") de forma esférica compuesto de piñones. Entre que el polen llega al cono femenino, hasta que las semillas maduran pueden pasar ¡de 16 a 18 meses!
No es de extrañar que siendo un árbol dominante en sus bosques y por su historia antediluviana, exista fauna íntimamente ligada al pehuén. Existe, por ejemplo, el gorgojo de la araucaria (Calvertius tuberosus), un insecto cuyo ciclo vital dependen del pehuén: las larvas se alimentan solo en los troncos caídos de estos árboles, bajo su corteza.
Gorgojo de la araucaria (foto de Manuel Cristóbal Gedda Ortiz).
Los choroy (Enicognathus leptorhynchus) y cahañas (E. ferrugineus) son dos loros nativos que se alimentan de diferentes elementos, entre ellos los piñones de las araucarias, y cuando los pehuenes tienen sus semillas maduras llegan en enormes bandadas a darse un festín, separando las semillas entre si, que vienen compactadas en una gran bola, manipulando algunos piñones para llevárselos al pico. En este proceso caen muchísimos al suelo, donde son consumidos por otros animales que no pueden subir a los árboles a buscarlos. Esto ocurre con el pudú (Pudu puda) y el tunduco (Aconaemys fuscus) que recolecta las semillas y las almacena en sus galerías subterráneas para tiempos de carestía. Muchas de estas semillas no son consumidas y terminan germinando, por lo que el tunduco contribuye a su dispersión.
El ser humano también acude a la bonanza. Y lo viene haciendo desde hace siglos, quizá miles de años. Existe todo un grupo étnico cuya relación con este árbol es tan estrecha que se autodenominan pueblo "pehuenche", que traducido desde su idioma significa "gente del pehuén". Este árbol forma parte de su cultura e identidad y durante mucho tiempo los piñones han sido su principal sustento, cocinándolo de diferentes maneras y guardándolo para momentos de carestía, tal como el tunduco.
El ser humano también acude a la bonanza. Y lo viene haciendo desde hace siglos, quizá miles de años. Existe todo un grupo étnico cuya relación con este árbol es tan estrecha que se autodenominan pueblo "pehuenche", que traducido desde su idioma significa "gente del pehuén". Este árbol forma parte de su cultura e identidad y durante mucho tiempo los piñones han sido su principal sustento, cocinándolo de diferentes maneras y guardándolo para momentos de carestía, tal como el tunduco.
Extracto de la serie "Pueblos originarios", transmitido por TVN el año 2010, del episodio "Pehuenches".
Juan Carlos Bodoque, junto a Huachimingo y la machi Fresia nos contaron la historia del pehuén en una "Nota verde".
Los piñones son ahora usados no solo por los pehuenches como alimento. En restaurantes se ven platillos que los incluyen, y cada año se ha hecho más fácil ver este producto a la venta en ciudades como Santiago. Los principales colectores siguen siendo los pehuenches, pero ya no solo es para autoconsumo y ha pasado a formar parte de su sustento monetario. Al parecer esta actividad se ha realizado de manera descontrolada y según especialistas, ésta sería la principal razón por la que ya prácticamente no existe regeneración (arbolitos nuevos) de esta especie.
Sumado a este problema está el hecho de que las araucarias están muriendo y las razones no están del todo claras. El proceso se vuelve visible cuando las ramas inferiores se secan y, paulatinamente, las superiores también, hasta que el proceso mata al árbol. La CONAF se encuentra evaluando la situación para saber qué es lo que le está pasando al pehuén y poder actuar oportunamente para salvarlo. Al parecer la causa de todo estos serían las sequía prolongadas a las que se han afrontado las araucarias. Frente a condiciones de estrés hídrico como la sequía, las plantas suelen cerrar sus estomas para evitar la pérdida de agua. Cuándo esto ocurre no son capaces de realizar la fotosíntesis y generar azúcares, por lo que deben vivir de sus reservas energéticas, y en períodos prolongados esto podría comprometer la vida de la planta.
La araucaria es uno de los árboles más llamativos de nuestro país, y su importancia no se queda en las comunidades que interactúan constantemente con ella. Desde 1976 su tala está prohibida, considerándose Monumento Natural, y su encanto ha tocado incluso a quienes no viven a su lado. Pablo Neruda nos dejó su "Oda a la Araucaria araucana", en honor no solo del árbol, si no del pueblo que sustentó por tanto tiempo:
Alta sobre la tierra te pusieron
dura, hermosa araucaria de los australes montes,
torre de Chile, punta del territorio verde, pabellón del invierno, nave de la fragancia.
Ahora, sin embargo, no por bella te canto,
sino por el racimo de tu especie, por tu fruta cerrada, por tu piñón abierto.
Antaño, antaño fue cuando sobre los indios
se abrió como una rosa de madera el colosal puñado de tu puño,
y dejó sobre la tierra mojada los piñones:
harina, pan silvestre del indomable Arauco.
Ved a la guerra: armados los guerreros de Castilla y sus caballos de galvánicas crines
y frente a ellos el grito de los desnudos héroes,
voz de fuego, cuchillo de dura piedra parda, lanzas enloquecidas por el bosque,
tambor, tambor sagrado y dentro de la selva el silencio,
la muerte replegándose, la guerra.
Entonces, en el último bastión verde, dispersas por la fuga
las lanzas de la selva se reunieron bajo las araucarias espinosas.
La cruz, la espada, el hambre iban diezmando la familia salvaje.
Terror, terror de un golpe de herraduras,
el latido de una hoja, viento, dolor y lluvia.
De pronto se estremeció allá arriba la Araucaria araucana,
sus ilustres raíces, las espinas hirsutas del poderoso pabellón
tuvieron un movimiento negro de batalla:
Rugió como una ola de leones todo el follaje de la selva dura,
y entonces cayó una marejada de piñones.
Los anchos estuches se rompieron contra la tierra, contra la piedra defendida
y desgranaron su fruta, el pan postrero de la patria.
Así la lanza recompuso sus lanzas de agua y oro,
zozobraron los bosques bajo el silbido del valor resurrecto,
y avanzaron las cinturas violentas como rachas,
las plumas incendiarias del cacique.
Piedra quemada y flecha voladora atajaron al invasor de hierro en el camino.
La araucaria, follaje de bronce con espinas,
gracias te dio la sagrada estirpe
gracias te dio la tierra defendida.
Gracias, pan de valientes,
alimento escondido en la mojada aurora de la patria.
Corona verde, pura madre de los espacios,
lámpara del frío territorio,
hoy dame tu luz sombría
la imponente seguridad enarbolada sobre tus raíces
y abandona en mi canto la herencia
y el silbido del viento que te toca
del antiguo y huracanado viento de mi patria.
Dejar caer en mi alma tus granadas
para que las legiones se alimenten de tu especie en mi canto.
Árbol nutricio, entrégame la terrenal argolla que te amarra
a la entraña lluviosa de la tierra.
Entrégame tu resistencia, el rostro y las raíces firmes contra la envidia,
la invasión, la codicia, el desacato.
Tus armas deja y vela sobre mi corazón,
sorbe los míos, sobre los hombros de los valerosos,
porque a la misma luz de hojas y aurora, arenas y follajes
yo voy con las banderas al llamado profundo de mi pueblo.
Araucaria araucana, aquí me tienes.
Foto de Pedro Vargas.
dura, hermosa araucaria de los australes montes,
torre de Chile, punta del territorio verde, pabellón del invierno, nave de la fragancia.
Ahora, sin embargo, no por bella te canto,
sino por el racimo de tu especie, por tu fruta cerrada, por tu piñón abierto.
Antaño, antaño fue cuando sobre los indios
se abrió como una rosa de madera el colosal puñado de tu puño,
y dejó sobre la tierra mojada los piñones:
harina, pan silvestre del indomable Arauco.
Ved a la guerra: armados los guerreros de Castilla y sus caballos de galvánicas crines
y frente a ellos el grito de los desnudos héroes,
voz de fuego, cuchillo de dura piedra parda, lanzas enloquecidas por el bosque,
tambor, tambor sagrado y dentro de la selva el silencio,
la muerte replegándose, la guerra.
Entonces, en el último bastión verde, dispersas por la fuga
las lanzas de la selva se reunieron bajo las araucarias espinosas.
La cruz, la espada, el hambre iban diezmando la familia salvaje.
Terror, terror de un golpe de herraduras,
el latido de una hoja, viento, dolor y lluvia.
De pronto se estremeció allá arriba la Araucaria araucana,
sus ilustres raíces, las espinas hirsutas del poderoso pabellón
tuvieron un movimiento negro de batalla:
Rugió como una ola de leones todo el follaje de la selva dura,
y entonces cayó una marejada de piñones.
Los anchos estuches se rompieron contra la tierra, contra la piedra defendida
y desgranaron su fruta, el pan postrero de la patria.
Así la lanza recompuso sus lanzas de agua y oro,
zozobraron los bosques bajo el silbido del valor resurrecto,
y avanzaron las cinturas violentas como rachas,
las plumas incendiarias del cacique.
Piedra quemada y flecha voladora atajaron al invasor de hierro en el camino.
La araucaria, follaje de bronce con espinas,
gracias te dio la sagrada estirpe
gracias te dio la tierra defendida.
Gracias, pan de valientes,
alimento escondido en la mojada aurora de la patria.
Corona verde, pura madre de los espacios,
lámpara del frío territorio,
hoy dame tu luz sombría
la imponente seguridad enarbolada sobre tus raíces
y abandona en mi canto la herencia
y el silbido del viento que te toca
del antiguo y huracanado viento de mi patria.
Dejar caer en mi alma tus granadas
para que las legiones se alimenten de tu especie en mi canto.
Árbol nutricio, entrégame la terrenal argolla que te amarra
a la entraña lluviosa de la tierra.
Entrégame tu resistencia, el rostro y las raíces firmes contra la envidia,
la invasión, la codicia, el desacato.
Tus armas deja y vela sobre mi corazón,
sorbe los míos, sobre los hombros de los valerosos,
porque a la misma luz de hojas y aurora, arenas y follajes
yo voy con las banderas al llamado profundo de mi pueblo.
Araucaria araucana, aquí me tienes.
Foto de Pedro Vargas.