lunes, 10 de julio de 2017

Las aves cantoras de Chile

Siete colores (Tachuris rubrigastra) (foto de Benito Rosende).

Las aves canoras o cantoras son todas aquellas pertenecientes al Orden de los Passeriformes, que involucra muchas familias y especies diferentes. Por decirlo de una forma menos técnica, son casi todos los "pajaritos" que andan volando por allí, en bosques, el campo o la ciudad, aunque la verdad es que han logrado llegar a una gran variedad de hábitats. Para la gente de ciudad, son las aves canoras los animales silvestres que más frecuentemente pueden ver y, por lo mismo, aquellos que suelen quedar en el olvido y despertar poco interés por la cotidianidad con que los vemos. La verdad, es que la diversidad de estas avecillas y sus particulares formas de vida los vuelven dignos de interés y, créanlo o no, me atrevo a presumir que son las pequeñas aves canoras quienes ayudaron a inspirar las sociedad como la vivimos hoy en día.

El nombre "aves cantoras" se debe a su peculiar costumbre de cantar para entregarse mensajes entre sí. Quizá para nosotros parezca cotidiano, pero si se fijan, los animales en general son muy callados. Quizá los únicos igual de parlanchines, además de ellas y nosotros, sean los anfibios. Pero estos cantan solo en época de reproducción. Los pajarillos cantan por esto y más: delimitar territorios, advertir la presencia de un predador, etc.
En Chile es bien conocido el canto del chincol (Zonotrichia capensis), cuyo canto territorial se asemeja a la frase "¿Dónde está mi tío Agustín?", o el ruidoso canto de los tordos (Curaeus curaeus), cuya diversidad de cantos, que además realizan en parvadas, es un verdadero deleite. Las tencas (Mimus thenca) no se quedan atrás y son capaces de imitar el canto de otras aves para complementar el propio. De hecho la tenca pertenece al Género Mimus (como "mímica"), que se llama así por su costumbre de imitar otras aves.
El canto del chincol es un canto territorial que advierte a otros chincoles de su presencia, de modo que debe ser notorio y fuerte. Otros cantos, como el que se emite en presencia de un depredador, son cortos y agudos, de modo que resulta difícil detectar el lugar de donde proviene, a la vez que advierte a otros pájaros de la zona. Por el contrario, cantos estruendosos le hacen saber al depredador que los pájaros lo han descubierto, o buscan distraer a atención de este para que no encuentre las nidadas.
¿Se han fijado que durante las mañanas las aves suelen cantar mucho más? Existen distintas posibles explicaciones a este fenómeno, que no son excluyentes. Algunos dicen que se debe a que en ese momento los insectos aún no están activos y es difíciles detectarlos, de modo que es un buen momento para otras actividades como cantar. Otros a que la contaminación acústica suele ser menor, por lo que se escucharían mejor, sumado a que en el aire frío de la mañana se transmite mejor el sonido.

Chincol cantando.

Habiendo tantos pajaritos por ahí ¿Como diferenciarlos? La mayoría de ellos son pequeños y se mueven rápido. ¿Como se diferencian entre ellos? Se sabe que en la naturaleza a veces las especies se confunden y se cruzan creando híbridos, ¿cómo evitar esto? La respuesta está en el color. Aves como el cometocino (Phrygilus gayi y P. patagonicus) presentan cabeza gris azulada, alas y cola oscura y cuerpo amarillento, mientras que el yal (P. fruticeti), pariente cercano del cometocino, presenta un marcado dimorfismo sexual, es decir, diferente apariencia entre macho y hembra, siendo el primero de tonos grisáceos y oscuros con el pico amarillo y la hembra de color pajizo con el pico pardo oscuro.
¿Y que pasa con aquellas aves que lucen todas de un mismo color? Tordos (Curaeus curaeus), mirlos (Molothrus bonariensis), runrun (Hymenops perspicillatus), triles (Agelasticus thilius), etc. son todos de un color negro, pero se diferencian en detalles como el color de sus ojos, patas, pico, etc. Seguramente entre ellos no se ven completamente negros en plumaje debido a que las aves ¡pueden ver la luz ultravioleta! Y seguro que parte de su plumaje tiene este color.

Der: tordo; Izq: Trile (fotos de Alejandro Aguilar).

La forma del pico nos permite diferenciarlos también, pero no a nivel de especie, si no de Familia. Las avecillas de Icteridae, por ejemplo los tordos, triles y loicas (Sturnella loyca), poseen picos similares a la punta de una flecha. La familia Tyraniidae, donde están el diucón (Xolmis pyrope) y el fifío (Elaenia albiceps) también tiene un pico característico de forma similar en todas las especies y que se acomoda a su dieta insectívora. La excepción de la familia es el mero (Agriornis sp.) cuyo pico termina en un gancho, similar a las aves rapaces, y que ha surgido producto de su alimentación. El mero busca presas más grandes que simples insectos, comiendo arañas pollito y lagartijas. Muchas familias comparten picos cortos y gruesos que sirven por lo general para comer semillas.
El rol en la dispersión de semillas es sumamente importante en las aves cantoras. La mayoría de frutos nativos son pequeños, ideales para estos animales, que los engullen y diseminan luego las semillas en sus excrementos. Las aves son muy buenas dispersoras ya que suelen recorrer mayores distancias más rápido en vuelo que lo que recorren por tierra los mamíferos u otros animales terrestres. Esta labor la desempeñan incluso en las ciudades, donde ayudan a la dispersión de especies ornamentales foráneas como el ligustro (Ligustrum sp.).

Diuca (Diuca diuca), un ave típicamente granívora (foto de Benito Rosende).

Fiofío comiendo frutos de litre (Lithraea caustica) (foto de Paula Vásquez).

Las aves canoras se cuentan entre los animales más adaptables, y muchas especies han probado suerte en campos y ciudades, donde la presencia de depredadores es escasa, contándose entre ellos halcones peregrinos (Falco peregrinus), chunchos (Glaucidium nanum) y peucos (Parabuteo unicinctus) por ejemplo, y por supuesto los gatos domésticos (Felis silvestris catus). Pese a su presencia, que es escasa, las aves canoras medran con mucho éxito en nuestras ciudades, donde muchas especies viven de manera permanente, como los zorzales o las tórtolas, que llegan a nidificar en la ciudad. Estas y otras especies han aprendido a sacar provecho del ordenamiento territorial que ha hecho el ser humano, aprendiendo donde obtener agua para beber y alimento. Muchos se habrán percatado que en jardines inundados al regarlos dan cita a zorzales. Estos han aprendido que en los terrenos inundados es posible obtener alimento, que seguramente consiste en lombrices.
Otras aves visitan las ciudades en ciertas épocas del año, como los cachuditos (Anairetes parulus) que bajan de la precordillera al valle central y en lugares como santiago encuentran comida y refugio.
Puede que haya otros razones menos obvias del por qué los pajaritos se vienen a la ciudad. Resulta que el concreto que cubre gran parte de nuestras ciudades emite el calor absorbido durante el día, generando una isla de calor en medio a los parajes naturales y campos, cuyas variaciones de temperatura son mas abruptas. En Roma, Italia, los estorninos acuden en bandadas de cientos o quizá miles para pasar el invierno por esta razón y es posible que el fenómeno se repita aquí.

Halcón peregrino llevándose a su presa, en Santiago. La presa, sin embargo, no es un ave canora, si no una paloma (Columba livia) (foto de Francisco Lira Cuadra).

Estorninos en Roma.

Sin duda las ciudades pueden ser refugio para avecillas, para deleite nuestro, y quizá les vaya mucho mejor que en la naturaleza. ¿Por qué no ordenar nuestra ciudades para hacerlas más amigables a esta y otra fauna? ¡Que las ciudades sean refugio de vida silvestre! Para ello seguramente habrá que tomar ciertas medidas, como el uso de flora nativa cuyos frutos sean apetecidos por las avecillas, como el maqui (Aristotelia chilensis), el arrayán (Luma apiculata) o el chequén (Luma chequen). Estos árboles tienen en común su follaje perenne que brinda sombra y limpia el aire todo el año, y sus frutos pequeños y morados, apetecidos por las avecillas. Quizá zonas en donde la contaminación acústica sea menor pueda aprovecharse el espacio para llamar a las aves silvestres. Su canto nos recuerda la conexión con la naturaleza que muchos intentamos recuperar y es mucho más fácil hacerlo sin ruidos de fondo. Se sabe que esto afecta incluso a las aves que, al vivir en ciudades ruidosas, han aprendido a cantar más fuerte para poder escucharse entre sí.
Las luces de la ciudad también afectan a las avecillas, y el exceso de esta genera cambios conductuales: ¡Las aves duermen menos!
Aún así hay que considerar que las distintas especies tienen requerimientos distintos e importantes. Por ejemplo, muchas aves consumen hojas o frutos que pueden tener sustancias tóxicas y deben automedicarse consumiendo arcillas que neutralizan los venenos de su dieta, las cuales serían difíciles de conseguir en la ciudad, como hacen al parecer los cometocinos en la siguiente foto:

Foto de Cesar Antonio Martinez Martinez.

La cercanía con estas aves en nuestro diario vivir puede generar un desinterés en algunos, pero lo cierto es que su cercanía ha permeado en la cultura y folclore popular, estando presentes en multitud de mitos y leyendas, como aquellas que asocian al diucón con el mandao, ave leal a los brujos del sur de Chile que es enviado a espiar a la gente. O la historia del por qué la loica tiene  su pecho rojo, ya que se manchó con sangre. ¡Incluso se ve su importancia al llamarle diuca al pene! En la música encontramos referencias a nuestras aves canoras también y necesaria es la mención de Lorenzo Aillapán, miembro del pueblo mapuche y destacado en diversas áreas como la antropología, las artes y, quizá más que por lo anterior, por ser declarado "hombre pájaro" dentro de su cultura al interpretar y rescatar el canto de las aves otorgándoles un significado dentro de su cosmovisión. Búsquedas rápidas en www.google.cl o www.youtube.com permiten ver parte de su obra y entrevistas.

"Cuando fui para la pampa llevaba mi corazón contento como un chirigüe pero allá se me murió. Primero perdí las plumas y luego perdí la voz ¡y arriba quemando el sol!" parte de la letra de "Arriba quemando el sol" de la cantautora Violeta Parra.

Chirihue o chirigüe (Sicalis luteola) (foto sacada de www.avesdechile.cl).

El alcance de las aves canoras va incluso mas allá. Seguramente quienes están leyendo esto están conscientes de la lucha por el medioambiente. Pues bien, parte importante de esta lucha se empezó en Estados Unidos, en los siglos XVIII y XIX con gente como John James Audubon, artista y ornitólogo que recorrió su país pintando la fauna nativa. Él pintó las aves nativas de su tierra en su hábitat natural. La creciente destrucción de los bosques vivida en su época lo llevó a percatarse de que las aves ya no estaban presentes y con ello se sentaron las bases para entender que la destrucción del hábitat traía aparejada la desaparición de la fauna y, con ello, a la larga el estudio de los ecosistemas y la conservación.
Hasta la tierra que pisamos podría deber su nombre a un pájaro. El nombre de "Chile" tiene un uso prehispánico, y muchos piensan que una pequeña avecilla que pasa desapercibida entre los totorales de los cuerpos de agua puede haber originado con su canto el nombre del país. Esa ave es el Trile.

Trile hembra (foto de Alejando Aguilar).

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